En cualquier sector económico existe la competencia. Empresas que luchan en un mismo mercado por los mismos clientes. En el caso del turismo también los destinos son competidores entre sí. Sin embargo, me inclino a pensar que, en el turismo, no es tan relevante esa “lucha contra el rival” que sí es muy patente en otros sectores.
El motivo de mi afirmación está basado en un hecho. Todos somos turistas, y todos disponemos de mucho tiempo que podemos dedicar a viajar. Incluso, me atrevo a sostener que el que viaja mucho, (también a otros destinos y siendo cliente de otras empresas), tiene muchas posibilidades de que llegue a visitar nuestro destino y de alojarse en nuestro hotel o comer en nuestro establecimiento.
Para mí, el “enemigo” de un destino o de una empresa, no es otro destino o el resto de empresas del sector. Hay otros factores y razones que hacen que algún turista no nos visite, no se aloje en nuestro hotel, no visite nuestro museo, etc.
Uno de esos factores que en cierto modo “ahuyenta” de nuestro destino y nuestro negocio a un posible turista, es la dificultad que comporta hoy en día el viajar. A pesar de los grandes avances tecnológicos y estar en plena época de la digitalización, a veces el llegar a un lugar se hace complicado por algunos factores. Entiendo que la seguridad y la necesidad de un orden, hacen que se tengan que cumplir ciertas exigencias y protocolos en un viaje. Pero en algunas ocasiones, esos procesos se hacen farragosos y antipáticos. Con algunos ejemplos, mostraré cómo pequeños cosas y ponernos en lugar del viajero, pueden ayudar a que los desplazamientos sean más cómodos y a que se viaje más.
En los aeropuertos.
En algunos países, algunos trámites y procesos, se han convertido en una pesadilla. Por ejemplo, el control de seguridad en el embarque o el control en la aduana. La seguridad es la que tiene que marcar los protocolos, pero esperas demasiado largas no pueden aceptarse. Y más teniendo en cuenta que el pasajero está pagando una tasa por recibir un buen servicio. Siendo lo primero la seguridad del viajero, la comodidad del mismo se hace también importante y se debe garantizar la celeridad en los procesos necesarios para tomar un avión.
La información en los aeropuertos suele ser clara y el trabajo de los trabajadores se desarrolla en modo eficiente. Pero siempre hay que pensar que el viajero se encuentra muchas veces cansado, con una cierta tensión, y necesita la mejor de las sonrisas y una gran amabilidad. Hay que ponerse en todo momento en el lugar de un viajero que se encuentra fuera de su zona de confort, con una cierta dosis de estrés y a veces desorientado.
Un aeropuerto que no funciona, es una rémora para el desarrollo del turismo, ya sea emisivo que receptivo. Entre todos, se debe hacer por que el Aeropuerto sea un lugar al que gusta llegar, como el punto de salida o de llegada a un viaje que, (aunque sea por trabajo), siempre tiene que ser placentero.
En las estaciones de tren y autobús.
Se debería pensar en el turista que viaja con equipaje. Es ya muy raro ver la figura del “mozo” que ayuda con los bultos. Y en el exterior de las estaciones, tantas veces nos encontramos con losetas rugosas que no permiten arrastrar las maletas con ruedas. Llevar un simple trolley, a veces se hace complicado.
En algunas estaciones, se convierte en un problema el comprar los billetes de tren de cercanías o de metro. Los trabajadores nos mandan a las máquinas, en donde muchas veces la información es confusa, y más para un recién llegado. Las taquillas de asistencia tienen cada vez menos empleados, a veces con poca paciencia, y tristemente, con poco manejo de idiomas extranjeros.
También es muy conveniente favorecer al viajero a que pueda cambiar su billete por un tren que sale antes. A veces, por el tipo de tarifa, por que se compró a través de agencia o por otros motivos, esto no es posible. La flexibilidad de las compañías en ese aspecto y la amabilidad de la persona que atiende, puede ayudar al que está en tránsito.
El resultado es que algunas estaciones distan de ser lugares acogedores para alguien que está viajando y es importante trabajar para mejorar.
En las paradas de metro y autobús.
No todos los usuarios del transporte público son consumidores habituales de ese servicio. En todos los destinos, se debe pensar expresamente en aquel que viaja en ese medio por primera vez, explicándole cuál es la tarifa, cómo se paga, para qué le sirve ese billete… Al dar la información, no hay que dar nada por descontado.
Delante de las máquinas expendedoras de billetes, vemos siempre a personas con dudas y con nervios. Tenemos que pensar siempre en el usuario como si fuera un niño pequeño que se “enfrenta” a la tarea de comprar un billete y a viajar en bus o en metro, por primera vez. La vocación del que trabaja en el servicio de transporte público de un destino es la del servicio a sus ciudadanos, pero también a los que vienen de fuera. Ayudar al turista es ayudar a su localidad.
Invito a todos los que me leen en reflexionar acerca de cómo hacer más cómodos los viajes a los turistas. Y a aportar nuevas ideas sobre aquellas “pequeñas cosas” que pueden hacer que el viajar, sea un placer.
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